Alberto Moyano
Los aficionados a la tele de calidad, y por lo tanto, vía satélite, están de enhorabuena: se anuncia para el próximo viernes la desaparición de ‘Aquí hay tomate’.
El programa presentado por Jorge Javier Vázquez, en el papel de mala, y Carmen Alcayde, como el escote de los politonos, era el último representante de una temible batería de contenedores que, por tiempos, colapsó la incineradora televisiva: La Campos por la mañana, ‘A tu lado’ por la tarde y ‘Crónicas marcianas’ por la noche, con la propina sabatina de ‘Salsa rosa’. Y tampoco es que se pueda decir que sus sustitutos hayan redimido el medio.
Sin menospreciar la ocasión en la que se tiraron una semana dándoles vueltas a la posibilidad de que Franco fuera un gay activo, su cima fue aquella secuencia, con música de Whitney Houston de fondo, en la que Jaime de Marichalar se solazaba un día de sol en una barca del parque del retiro, en compañía de uno de sus hijos y de su guardaespaldas favorito.
La originalidad del programa radica en su facilidad para recoger basura y, sobre todo, para generarla. Cualquiera que jurara haberse acostado con alguien ha sido susceptible de ocupar cinco minutos de programa. Y como trampolín de cara a ulteriores apariciones en otros programas del ramo no ha tenido parangón.
La eliminación del ‘Tomate’ llega en mal momento. A punto estaba de conseguir la respetabilidad. Hasta se podía escuchar ya a los ‘gurús’ televisivos abominar de su contenido, sin dejar por ello de elevar a los altares su audaz e imitado formato. En su capacidad de enganchar radica su incipiente prestigio, por más que los contenidos duran en la memoria menos que las recetas de Argiñano. Hasta empezaba a haber espectadores de los documentales de La2 que respondían “¿yo? El ‘tomate’, claro”, cuando se les preguntaba en las encuestas por su programa favorito de sobremesa. Más que nada, para no parecer raros.