Alberto Moyano
Aznar es un personaje controvertido. Como se suele decir de los frikis, “es que no deja a nadie indiferente”. Levanta pasionies a favor y en contra pero, sin duda, los ataques más feroces que recibe suelen salir de su boca. Y también de la de su mujer.
Preguntada por ‘La Stampa’ de Turín sobre si su marido añora el poder o siente algún tipo de nostalgia, Ana Botella responde que para nada. Mariano podría añadir. “Normal. Como que no ha dejado de ejercerlo”. Pero lo más suculento viene a continuación, cuando la alcaldesa madrileña en gestación añade: “El siempre ha querido llevar la vida de intelectual: leer, estudiar, escribir, pronunciar conferencias”. Así que era eso. Ahora se entienden mejor esas piernas encima de la mesa, esa amistad -en el terreno de las ideas, por supuesto- con George W. Bush y esa sagacidad a la hora de situar al “autor intelectual” del 11-M, “no en lejanas montañas”, sino vaya usted a saber dónde.
Botella no habla por hablar. Pone ejemplos, bien es cierto de desconcertantes: “Mire, nada más abandonar el palacio presidencial se puso a aprender inglés con un interés increíble”, lo cual dice bien poco de la capacidad idiomática del ex presidente, a la luz de los dantescos espectáculos babélicos que ha ofrecido en la Universidad de Georgetown. El amor, que además de ciego debe ser también sordo, lleva a doña Botella a agregar, “aunque con cierto pesar”, que su marido habla mejor que ella el inglés, para sorpresa de quienes pensábamos que hacerlo peor era imposible y provocando de paso que nos preguntemos a qué llaman los Aznar no saber en absoluto nada de inglés.
En medio del entusiasmo, hasta el propio rotativo italiano se suma a este asesinato a besos para presentar al políglota matrimonio como “la pareja que sigue con el mando efectivo de los liberales y conservadores españoles” y, específicamente, a Ana Botella como “la copia madrileña de Hillary Clinton”.
Oh, My God!