Alberto Moyano

Los partidos políticos no están hechos para combatir el terrorismo ni para acabar con él, sino para alcanzar el poder. Por eso, cuando el viernes se tuvo noticia del atentado de Arrasate, lo primero que hicieron los candidatos fue suspender la campaña para, acto seguido, reunirse con sus directores de campaña.

Que uno haya “traicionado a los muertos”, “agredido a las víctimas” o “negociado políticamente” con ETA no es impedimento para que, una asesinado uno de los seguidores del supuesto felón, su rival se presente en la capilla ardiente para dar el pésame. Que la víctima haya nacido en una comunidad y haya muerto en otra, tampoco obsta para que el presidente de una tercera -precisamente el mismo, el único, que en 48 horas se juega la reelección- aparezca ante las cámaras inopinadamente pegado a la hija del fallecido.

Que se suspende las campaña, sólo significa que la campaña continúa, pero por otros medios, de la misma forma que cuando el Rey se salta el protocolo para saludar a los que le aclaman tras la barrera únicamente está siguiendo estrictamente el protocolo.

Por lo demás, los mensajes contradictorios desbordan la capacidad de encaje: que si ETA ya está derrotada, que si está más fuerte que nunca, que si obligará a cambiar estrategias, que si puede la vuelta de la violencia podría forzar a algún partido a cambiar sus candidatos, que si los atentados condicionan tanto el resultado electoral que habría que aplazar los comicios, que si matar es muy fácil, que si mata cuando puede, que si ya se había advertido que mataría en campaña, que si puede que tenga un comando, que si puede que dos… Y así la vida entera.