Alberto Moyano
1) Cubra a pie los famosos siete kilómetros de paseo entre Sagüés y el Peine del Viento, y descubra porque la teórica virtud de carecer de semáforos queda neutralizada por la ingente masa de amigos y conocidos con cohecito de niños que los locales se ven obligados a saludar.
2) Si por un casual siente envidia de tanta vida social, emule a los donostiarras parando a cuanto indígena vea para preguntarle: ‘¿Sabe dónde queda el bar Bergara?’ La experiencia le permitirá coleccionar respuestas insólitas, desde ‘creo que en Fermín Calbetón’ hasta ‘me parece que lo quitaron’.
3) A su paso por el Paseo Nuevo, deténgase ante los desperfectos causados por el reciente temporal y formule en voz alta peregrinas teorías sobre la fuerza del mar y su necesidad de recuperar lo que le ha sido arrebatado por la mano del hombre.
4) Suba a Urgull y contemple la bahía de La Concha. Acto seguido, descienda y haga lo propio desde Igeldo. Trate de aclarar el enigma de la fascinación que ejerce el paisaje y si lo descubre, baje y cuéntenoslo.
5) Sustituya el alrmuerzo por una propuesta más audaz: un exhaustivo safari por una selección pintxos inteligentes de última generación, acompañados de una copita de vino de autor. Al término del recorrido, intente recordar a dónde fue a parar el grueso de su presupuesto vacacional.
6) El último día, un clásico: las compras. Maravíllese con nuestra extensa oferta en materia de franquicias y boutiques, y flipe descubriendo que se dividen en dos: las que no abren en vacaciones y las que cierran al mediodía.
7) Si desea prolongar de forma inesperada su estancia donostiarra un día más no tiene más que dejar para última hora la localización de un taxi que le traslade a la estación o al aeropuerto.