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Alberto Moyano

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Cualquier entrevista que comience con un desmentido rotundo y en primera persona respecto a que un tumor esté acabando con la vida del entrevistado corre el riesgo de ir hacia abajo según avanza la conversación. Y eso fue lo que le sucedió anoche a Jordi González en ‘La noria’ con el ex banquero Mario Conde, actualmente en libertad condicional.


El que fuera héroe de las finanzas durante la década de los ochenta y modelo a seguir en cuestiones de éxito social colocó su aparentemente deteriorado cuerpo ante las cámaras para realizar el citado desmentido y, de paso, hablar de sus estancias en prisión y de la reciente muerte de su mujer.


Conde se quiso autoretratar como un personaje crepuscular de Scott Fitzgerald y, por supuesto, los responsables del programa se lo permitieron, obviando las imágenes de archivo más obscenas, algunas de ellas, incluso grabadas en su día en sede judicial.


A día de hoy, Mario Conde es un empresario que adelgaza aceleradamente mientras se dedica a la producción y exportación de aceite, por lado, y al cultivo de una vida interior que roza con el esoterismo, por otro. Despejada la duda del tumor, si hemos de creerle, los siguientes rumores atacarán ese lado mágico: “Ya verás como dicen que he perdido la cabeza, pero de eso nada. Simplemente, es que esas cosas siempre me han interesado”, vino a decir don Mario, quien, por cierto, acaba de pasar una temporada en un convento cisterciense.


La entrevista alcanzó su cénit en la lectura por parte del ex financiero de un poema anónimo hallado en internet en torno a la pérdida de un ser querido. Se hizo el remolón, dijo haber olvidado el papel en casa y aseguró no recordar todos sus versos, pero una vez que se puso, declamó el texto de un tirón, con voz grave.


Y todo esto pasaba mientras en Mónaco, los héroes de la ‘Movida’ madrileña de los ochenta se castigaban con un baile de la rosa. La conversación con Conde quizás no fuera gran cosa, a no ser que imaginemos lo que dará de sí dentro de diez años idéntico encuentro televisivo  pero con un delincuente significativamente parecido, pongamos, que el novio de la Pantoja o alguno de sus más ilustres socios. Efectivamente, vamos a menos.


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