Alberto Moyano

El arte imita a la realidad y si en el fútbol todo es posible, en el periodismo deportivo, todo y aún mucho más. La entrada triunfal de España en las semifinales de la Eurocopa se produjo en medio de un muro de alaridos que nos remitían directamente a la caverna. Seleccionaremos uno, no tanto por significativo sino por ser quizás el único inteligible: “¡¡¡Dios existeeeeeee!!!”.

El éxtasis dio paso a reflexiones mucho más sosegadas como ese “el rey nos trae suerte” que supura vaginesil hirviendo por los cuatro costados. El reportero de Cuatro -dado el pensamiento mágico imperante en el torneo, resulta lógico que los partidos se emitan en la misma cadena que el ‘Cuarto Milenio’ de Iker Jiménez- incluso se lo espetó al monarca en los vestuarios. “Muchas gracias”, respondió el soberano, que había acudido a la cita deportiva convocado por el bombo de Manolo. “Vosotros a mí también”, pensaría en su interior el único español que puede reclamar para sí el derecho a vivir como un rey.

No explicó el intrépido periodista dónde estaba el repartidor de fortunas en aquella final de París de 1984, ni en la docena de eliminatorias que desde entonces la selección ha ido perdiendo con precisión matemática.

Antes, la televisión le había mostrado en los mejores instantes de su comportamiento en el palco, unas imágenes que demuestran que, a cierta edad e incluso en el caso de deportistas totales, los genes acaban imponiéndose.

Hasta aquí, el partido según las supercherías que hablan de ruptura de maleficios. Luego está la otra interpretación, la psico-social, no menos interesante. Así, se han podido leer cosas como “España no cedió un palmo en el terreno emocional”. Y quién sabe. Puede ser. Ojalá nos aclare en los Cursos de Verano de la UPV el propio Paulo Coelho.