Alberto Moyano

Los hechos son conocidos: durante la interpretación de los himnos en el aeropuerto Ben Gurion con los que se pone fin a la visita oficial del matrimonio Sarkozy a Israel, un soldado apostado en un tejado a unos doscientos metros de la pista se suicida de un disparo. La detonación pone fin a la ceremonia de despedida y abre las puertas a la de la confusión.

Carla Bruni: con una capacidad de reacción que envidiaría un corredor de cien metros, apenas se escucha el disparo, la primera dama francesa demuestra las virtualidades del zapato de suela plana, recorriendo cuatro metros en vertical a través de la docena de peldaños de la escalerilla en apenas tres segundos. En seis metros, le saca uno y medio de ventaja a su guardaespaldas, que llega a lo alto jadeante. Cuando cruza la puerta del avión, Carla ignora si en esos momentos lo hace ya como viuda de Francia, dado que no ha girado la cabeza ni por un sólo instalante para ver qué es de su marido, pero, siendo francos, lo cierto es que en esos momentos el detalle se la suda.

Nicolas Sarkozy: primero pone cara de desconcierto y luego reacciona con audacia. El temperamento primario del presidente francés apunta a que está a un paso de ponerse públicamente en evidencia con algún gesto estrambótico, pero si su primera opción pensando es arrojarse sobre la Bruni para protegerla con su cuerpo de los disparos -asunto científicamente imposible dadas las diferencias de tallas y medidas-, lo cierto es que desiste siquiera de intentarlo por, al menos, dos razones: a) el equipo de guardaespaldas que le rodea de inmediato le impide saltar sobre nada; b) la distancia que Carla ha interpuesto para entonces entre su persona y la de Nicolas hace imposible alcanzarla. Descartada esta opción, Sarkozy opta por subir relajadamente la escalerilla mientras saluda animosamente con la mano, no se sabe muy bien a quién.