Alberto Moyano
Ya lo dice el conocido cliché: en el País Vasco es mejor no hablar de según qué cosas. El diálogo que la isla de Santa Clara y el Monte Urgull mantuvieron anoche, espectáculo piromusical mediante, se saldó con quemaduras de tercer grado en el caso de la primera y la detención por vandalismo del segundo, que -pese a estar presidido por un sagrado corazón- no cuenta con antecedentes por kale borroka.
Sin embargo, estas chamuscaduras está lejos de constituir un contratiempo. Al contrario. El piroespectáculo se sitúa en el mismísimo corazón de la candidatura donostiarra a la Capitalidad Cultura Europea 2016. Los memorables incendios de ayer están emparentados de alguna forma con los omnipresentes fogones de hoy, cuyos lustrosos propietarios comparecían apenas doce horas después ante las cámaras para inmortalizarse en el momento de estampar sus firmas en el libro de adhesiones. Sólo un comentario: para ser tan vanguardistas, ya han tardado.
A pesar de que a día de hoy resulta complicado explicar en qué consiste la tal capitalidad y no digamos ya adivinar qué se entenderá por cultura dentro de ocho años, vaya desde aquí nuestro apoyo inquebrantable, sin fisuras y como un solo hombre a la candidatura en cuestión. En principio, no parece que haya nada que perder. Y si nuestras cocinas no convencen al jurado, nada lo hará.