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Alberto Moyano

El jukebox

Amapola

El objetivo principal de las tropas españolas en Afganistán es protegerse a sí mismas. Su actividad cotidiana se traduce en vigilar estrechamente sus propias bases. Su utilidad es similar a la de un cuerpo de policía cuyos agentes apenas pudieran asomar la nariz fuera de comisaría.


Más allá de los discursos que hablan de la construcción de una ingente cantidad de escuelas y hospitales, que habrían situado ya a Afganistán en líder mundial en materia educativa y sanitaria, la insistencia en utilizar términos como “misión humanitaria” sólo se sirve para que jóvenes con problemas cognitivos se alisten voluntarios a la misión, “felices, como locos por participar”, no se sabe muy bien en qué.


A un ritmo de 1.500 civiles muertos cada año en calidad de víctimas colaterales, habrá que levantar muchas aulas y quirófanos para ganarse a la población local, más allá de explicarles que el avión atacante es un modelo muy inteligente pero no tripulado o que las fuerzas de la OTAN bajo mandato de la ONU no son exactamente lo mismo que las estadounidenses de la operación Libertad Duradera.


Cuando llegaron las tropas extranjeras a Afganistán, el país padecía guerra civil, caciques tribales, plantaciones de opio, fanatismo religioso, sometimiento de la mujer al hombre y pobreza a raudales. Confiar en que uno sólo de estos factores vaya a desaparecer a corto, medio o incluso largo plazo, mediante la acción combinada de gobiernos corruptos y ejércitos extranjeros es colocarse al filo de la sobredosis de adormidera.


noviembre 2008
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