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Alberto Moyano

El jukebox

Cine en recesión

Las encendidas proclamas políticas sobre la importancia de la cultura como alimento del espíritu humano suelen esconder una mezcla de desprecio y recelo. A ojos de la política, y no digamos de la economía, la cultura suele contemplarse como algo superfluo, en el mejor de los casos, o como un artículo de lujo, en el peor de ellos.


Ahora, la decisión de la Diputación de Gipuzkoa de recortar en 90.000 euros su asignación al Festival de Cine altera la estabilidad del certamen, cuya dirección amenaza con pirarse. De la postura foral no sorprende tanto la decisión de recortar gastos como la ridícula cantidad recortada.


Además, todo esto contrasta poderosamente con la habitual hiperactividad institucional de Vizcaya: cien millones de euros para clonar su Guggenheim y otros trece, a cuenta del Gobierno Vasco, para un futuro museo de historia vasca, sin descartar, por supuesto, nuevas adquisiciones de hojalata marca Koons a la mayor gloria del titanio.


Este dualismo entre dos territorios se atribuye erróneamente a una cuestión de relación de fuerzas políticas cuando responde más a una de carácter. No se trata de confundir instituciones y ámbitos de actuación, sino de examinar la infinita elasticidad de conceptos tan confortables como Euskal Hiria, Eje Atlántico o Eurociudad, que lo mismo se dilatan que se contraen, según la conveniencia del usuario. El hecho de que a ambos lados de la A-9 gobierno el mismo partido debería significar algo.


Recordar que con una mínima parte de lo presuntamente defraudado en la Hacienda de Irun se solucionaría el problema sólo lleva a la melancolía. Así las cosas y descartada la opción de reconvertir el Festival de Cine en Festival de cortos, sólo quedan dos posibilidades: reducir la duración del Festival o generar nuevos ingresos, concepto cuya sóla mención, tras la experiencia Badiola, produce escalofríos. 


noviembre 2008
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