La feliz coincidencia en el calendario hizo que muchos creyeran que la fusión de las cajas vascas era una de las ponencias del congreso Lo Mejor de la Gastronomía. En realidad, se trataba de crear “la herramienta financiera” que permitiría afrontar la crisis financiera en las mejores condiciones.

Loable intención, sin duda. Lástima que haya topado con la pulsión guipuzcoana más afilada: la discrepancia elevada a su máxima expresión. Tres guipuzcoanos podrían formar perfectamente cuatro partidos, incluidas sus diferentes corrientes internas. El resultado de este intento de hacernos una gran caja se ha resuelto en un monumental gatillazo.

La libertad de voto dentro de los partidos es un gran logro, siempre que nos movamos en el terreno de las ideas. Cuando entra en confrontación con la realidad suele arrojar como resultado un juego de investigaciones en el que medio mundo sospecha de la otra mitad y, además, casi siempre acierta.

Por otra parte, esta multiplicación de posiciones políticas ante
cualquier eventual decisión suele abarcar todo el abanico de
posibilidades, lo que permite al votante contar siempre con algún
partido que asuma sus posiciones aunque no necesariamente sea aquél al
que haya votado.

Ya hay quinielas, pero la identificación de los cuatro herejes abstencionistas de la asamblea de Kutxa se antoja complicada debido a la omnipresente fragmentación guipuzcoana, así hablemos de consejos de administraciónformaciones políticas, cámaras de comercio o asociaciones de empresarios, amén de algunos sindicatos.

Con este panorama, los acuerdos se complican mucho. Negociar para llegar a acuerdos es una pérdida de tiempo por cuanto nunca terminas de saber con quién lo estás haciendo realmente. El caos es el medio natural en el que nacen, crecen y mueren nuestras mejores instituciones.