En cualquier conflicto bélico, el objetivo de cada uno de los bandos es que cada vez haya menos enemigos en el campo de batalla. En el caso de ETA, este principio opera justo al revés: por infinitas razones, los enemigos se le multiplican y cuando ya todos lo son, simplemente se van acumulando las acusaciones en su contra.
Así, el asesinato de Inaxio Uría, aún pendiente de explicación, podría deberse a su condición de empresario, a su condición de empresario de la Y vasca, a su condición de empresario próximo al nacionalismo vasco, a no pagar el impuesto revolucionario, a las cuatro o a ninguna de las cuatro.
También en el caso del atentado del miércoles contra el edificio bilbaíno, todas las empresas con sede en el mismo -EITB, El Mundo, Antena 3, Onda Cero o la Hacienda Foral de Vizcaya- podrían ser el objetivo de la bomba. O sólo una de ellas. O ninguna. A día de hoy, ETA puede disparar a ciegas contra cualquiera y a posteriori siempre encontrará en la biografía o en la cotidianeidad de la víctima alguna circunstancia que le hagan merecedora de los balazos.
Por cierto, mientras el sector de los medios de comunicación acumula sobre su cabeza crisis diversas, reconforta un montón comprobar que todavía hay quien pondera al alza el valor de la profesión periodística. Un hecho de agradecer, pero que, sin embargo, delata por sí sólo el grado de alienación respecto a la realidad que aqueja a algunos.