La comparecencia del presidente Rodríguez Zapatero anoche en el programa ‘Tengo una pregunta para usted’ fue un perfecto monumento a la incomunicación desarrollado en la única lengua oficial en la totalidad del territorio.

Frente a la dramática casuística particular expuesta en la mayoría de las intervenciones ciudadanas, ZP optó por la apertura ZP, consistente en convertir la supuestamente gloriosa trayectoria nacional en clavo ardiendo. En realidad, las preguntas fueron singulares, mientras que las respuestas resultaron perfectamente intercambiables. La que el presidente dio al empresario de la construcción con el agua al cuello servía igualmente para contestar a la administrativa en paro y viceversa.

Sobre la mesa se pusieron un buen número de casos ilustrativos de cómo afecta la crisis al peatón en particular. La respuesta fue siempre un muro impermeable levantado a base de “conozco este país y su historia, y estoy convencido de que saldremos fortalecidos”. Quién pagará la hipoteca los próximos doce meses o de qué vivirán los desempleados que han agotado el subsidio de desempleo es algo que no quedó del todo claro.

Sin embargo, el hecho de que ZP exhibiera sin pudor toda su impotencia no debe ocultar su condición de inevitable. Ante la pregunta “estoy en el paro, ¿qué hago?”, no cabe en democracia una respuesta sensata.

Por lo demás, el programa resultó plano. Toda desgracia recibió su palmada en el hombro; toda precariedad encontró su correspondiente mensaje de optimismo; toda urgencia, su consejo paciente. Las intervenciones se podrían haber prolongado hasta el amanecer y Zapatero no hubiera alterado un ápice su discurso.

El minuto de oro correspondió a una joven con síndrome de Down, que reclamó mayor visibilidad para los suyos en la administración y que, en un ejercicio de infinita candidez, se preguntó en voz alta por qué no hay ningún discapacitado mental entre los ocupantes del Congreso. Lo cierto es que debe haberlos. Bancadas enteras. Otra cosa es que estén aún por diagnosticar.