En un momento en el que el negocio inmobiliario se encuentra colapsado y el precio de la vivienda está en caída libre, un centenar de almas de cántaro se manifestaron ayer por las calles del carísimo centro de San Sebastián para exigir el derecho “real” a una vivienda.
La convocatoria, a cargo del movimento Kepasaconlakasa, hay que contextualizarlo en una situación en la que ya existen pisos de estudiantes que cuentan con los servicios de su propia asistenta, encargada de las tareas domésticas un par de días a la semana y en la que surge una juventud que no ha conocido los créditos hipotecarios a un 16% de interés.
Los sindicatos se apresuraron a sumarse a la convocatoria, no vayan a pensar los jóvenes que no se preocupan por los problemas del sector, por mucho que el acto constituya una apologia indisimulable de la propiedad privada y una asimilación ideológica de las aspiraciones de la clase media, y a pesar de que la fugaz incursión de alguna de las centrales en el negocio inmobiliario se saldara hace una década con desastrosos resultados.
Por otro lado, en qué consiste el “derecho real a una vivienda digna” es algo aún por concretar. ¿Está el adjetivo “real” emparentado en este caso con el coreado lema de “queremos un piso como el del principito”? ¿Aceptarían los manifestantes una casa regalada por el estado al margen de la dudosa dignidad de tal oferta? ¿La considerarían “digna” incluso en el caso de no incluir plaza de aparcamiento? ¿Aceptarían vender su propiedad, llegado el caso, por debajo de los precios de mercado?