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Alberto Moyano

El jukebox

Sanyo

Miguel Santos se despidió ayer de la presidencia del Bruesa como todos los grandes: con una derrota. Con el público de Illumbe puesto en pie, el hombre recibió la merecida ovación a punto de desbordarse a sí mismo.

Parece que a partir de ahora pretende tomarse la vida con más calma, aunque en realidad da la impresión de que nunca se recuperó la estupor que le causó su derrota en la carrera hacia la presidencia de la Real, a manos ni más ni menos que de un rival ensimismado, uno de los perfiles más bajos que puede adoptar el ser humano según la escala Santos.

Su biografía eleva la hiperactividad a forma de autoyuda. Ha hecho de todo, de nada se arrepiente y no puede parar de ser emprendedor. Comenzó vendiendo biblias a domicilio, pero sólo triunfó cuando se pasó a evangelista de sus propios hechos. La fórmula ideal fue adoptar la tercera persona para hablar de sí mismo y colocar en el centro del mensaje su infinita capacidad para broncearse.

Sólo un navarro podía encarnar con espectacular donaire la figura del ‘nuevo rico a la guipuzcoana’, un concepto inimaginable hasta su irrupción en sociedad. Santos lo hizo y en un papel pleno de postmodernidad: representante de jugadores. Ahí bordó el personaje, siempre a medio camino entre lo sobreactuado y el desvanecimiento de pura satisfacción.

Tras ser la mayor estrella de su equipo -de todos sus equipos, habría que decir-, Santos se retira a su particular paraíso, levantado a partes iguales sobre sesiones de rayos UVA y campos de golf. Veremos por cuánto tiempo.


marzo 2009
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