Cuatro emitirá esta noche el reportaje que recoge la experiencia a la que se ha sometido la reportera Samanta Villar mediante una intensa fumada que no se ha prolongado cuarenta días, sino los habituales 21.

La periodista llegaba al canuto tras protagonizar otros trabajos de periodismo-espectáculo a base de pasar 21 días en la calle o anorexizarse durante similar período. Ahora, se lanza al ‘hachís’ y a la ‘marihuana’. El resultado de la ingesta, a tenor de los avances emitidos por la cadena, es una criatura que recuerda poderosamente al vicepresidente económico, Pedro Solbes, por poner un ejemplo.

Pero la cosa no se detiene ahí y el médico de turno anuncia a la ‘cobaya’ humana que experimentará “alteraciones en el estado anímico, agobio, pérdida de memoria, dificultades en la coordinación y movimiento, y efectos en el ritmo cardíaco”. Un mensaje confuso, ya que mientras los efectos pares desanimarían el consumo, las impares casi lo estimularían.

El problema de este programa, llamado a aparearse con ese otro en el se desenmascara a pederastas -y mejor si además son fumadores- mediante el empleo indiscriminado de Mercedes Milá ocultas, es que fracasa en su premisa. Así, parece incontestable que vivir 21 días en la calle no te convierte en un vagabundo , ni jugar con el desorden alimenticio, en una anoréxica. El carácter voluntario del experimento lo corrompe.

La otra pega es que, en el caso concreto de las drogas, cualquier acercamiento al tema debería comenzar por informar de sus atractivos, sin los cuales no se explicaría su existencia. Enumerar minuciosamente sus perniciosos efectos probablemente sólo sirve para estimular la ya mítica curiosidad infantil, por no hablar de la adolescente, aún más audaz.