Tal y como era de temer, ha sido invocar las Olas de Energía Ciudadana y arribar las primeras espumas a la orilla, bien es cierto que, como es habitual en nuestras mejores playas, saturadas de micción participativa.
El caso es que a la diseñadora donostiarra Amaia Txabarria le robaron el miércoles trescientos bañadores, un ordenador y veinte euros, tras reventarle la puerta de su establecimiento en la calle Urbieta.
Víctima sabe dios de qué extraño proceso de asociaciones mentales, la diseñadora se personó ayer en la Comisaría de la Policía Municipal, situada a cincuenta metros del lugar de autos, con la intención de presentar una denuncia.
Lógicamente, no pudo hacerlo y, lo que es más, vio como le propinaban una merecida introducción a ese eje-tractor y/o idea-fuerza que es San Sebastián-Ciudad Educadora. “Estaban de huelga y con muy malos modales me han dicho que me vaya a la Ertzaintza, ‘que seguro que han sido unos moros'”, cuenta la incauta.
La cosa es digna de reflexión, no tanto por el comentario -de Primero de Xenofobia- o las exquisitas maneras del agente -impropias de un Cuerpo en permanente lucha por ese respeto ciudadano siempre tan difícil de conseguir-, sino sobre todo porque evidencia una falta de olfato policial alarmante.
Teniendo en cuenta que el hurto se produjo entre las dos y las cuatro de la tarde en una de las calles más transitadas de la ciudad sin que sus autores llamaran lo más mínimo la atención de los viandantes, las probabilidades de que se trate de una banda de “moros” son tantas como las de que llevaran puestas caretas de Nixon.
Es más, convendría barajar la posibilidad de que todo sea obra de un grupo de perfectos caucásicos, quien sabe si euskal-txorizos -vulgo, lapurrak-, cuyas maniobras de mudanza pasaron completamente desapercibidas entre los peatones. Lo contrario será admitir aquello de que “lo esencial es invisible a los ojos”. Y eso sí que no.