La cubertería de la Real que desde el próximo domingo se puede conseguir con DV adolece de un pequeño problema: no incluye la pajita para sorber esas papillas nutritivas que constituyen la dieta base de cualquier centenario.
Se ha convertido en un lugar común señalar la pérdida de la identidad como uno de los principales lastres que arrastra el club en la última década. Normal. El proceso padece la siguiente paradoja: por un lado, los padres guipuzcoanos intentan educar a sus hijos en el amor a los colores: por otro, los niños de hoy en día están adiestrados para reprimir cualquier sentimiento afectivo que no se sustente en el triunfo. Si hablamos de fútbol, esto les condena irremediablemente a vestir camisetas del Barça, el Liverpool o cosas aún peores.
Sin embargo, la colección de problemas que amenazan la viabilidad de la Real daría como para construir una fuerte personalidad en torno a la adversidad: situación de quiebra económica, desmantelamiento de la actual aunque nada memorable plantilla, astenia primaveral durante las cuatro estaciones del año y tendencia a una melancolía de corte panoli.
Si hubiera que añadir algún concepto a la singularidad blanquiazul, éste podría ser el que define a la Real como ese equipo que siempre necesita ganar los próximos diez partidos y nunca lo consigue. Aquí habría que recordar que esta vocación trágica hunde sus raíces en lo mejor de la historia txuri-urdin, un equipo capaz de perder una Liga jugando contra nueve y de ganar la siguiente en su último minuto.
Y a diferencia de otros clubes, como el Atlético de Madrid, que convierten este tobogán anímico en pura épica a base de una mezcla de desgarro y sobreactuación, aquí todo eso se vive como con la naturalidad traumatizada de quien cree que a este partidazo que llamamos vida sólo se viene a sufrir.
Pero como dirían los ideólogos de cualquier ramo, se trata de optimizar. Por ejemplo: se dice que lo mejor que tiene el club es la afición. Y sin embargo, la realidad demuestra que el equipo juega más liberado cuanto más lejos lo hace de ella. Quizás habría que estudiar la posibilidad de alejar aún más las gradas de Anoeta añadiendo a las pistas de atletismo otras para la práctica de la hípica.
En resumen, que el principal vínculo identitario entre la Real y los guipuzcoanos consiste en que compartimos los mismos problemas y que éstos se puede resumir en una sola palabra: dinero. En concreto, más dinero.
A partir de ahí, aceptemos el cliché de moda que apuesta por un modelo basado en la cantera, con refuerzos foráneos en puestos puntuales. En efecto: como el Barça. A la espera de algún milagro, sólo queda parafrasear a los cubanos del exilio y proclamar: ¡el año que viene, en Primera!
Y nosotros que lo veamos.