De diez partidos que disputasen Barça y Athletic, nueve los ganaría el primero por 4-0. El décimo, sin embargo, tocaba anoche en Mestalla, así que la cosa quedó en 4-1.
Sobre el césped se enfrentaban Algo Más que Un Club y Poco Menos que Un Pueblo, inclinándose la balanza a favor del primero porque el factor garra tiene muchas limitaciones. Lo que se dice fútbol moderno, hubo poco: un equipo practica el siguiente estadio de la evolución de este juego y el otro, su forma más primitiva.
La noticia estuvo en el himno nacional, cuya interpretación, según TVE, no pudo ser retransmitida a causa de un “fallo humano” -más bien, “rumano” y, en concreto, de la época de Ceaucescu-.
Sea por la tradicional desafección catalana, sea porque la transversalidad salió seriamente perjudicada del sorteo de entradas, la pitada masiva demostró una vez más ser la auténtica lengua común y un elemento fundamental en la vertebración de España.
No era la primera vez que el rey se veía abocado a enfrentarse a una bestia embrutecida por el alcohol. Recuerden a Mitrofán. En cualquier caso, la pitada resultó estéril. Tanto don Juan Carlos como doña Sofía acuden a todos los actos públicos provistos de sendos pinganillos por los que escuchan rancheras el uno y Rostropovich la otra.
TVE no estuvo a la altura de las circunstancias. Ante la posibilidad de retransmitir en directo la mayor perpetración colectiva de un delito de injurias al rey o algo así, optó por la supresión de la retransmisión en directo, sustituida en el descanso por un cortometraje de ficción digno de Kimuak, en el que la Marcha Granadera se escuchaba con nitidez en un clima de devoción.
Y es que cuando el ente público decide actuar “poniendo la normalidad y el sentido común al servicio al servicio de los ciudadanos”, a la realidad sólo le queda agachar respetuosamente la cerviz.
Lo peor, con todo, ha sido el retroceso que supone esta maniobra respecto a las magistrales actuaciones que, en situaciones similares, tuvieron lugar en el pasado. Ahí está el ejemplo impagable de aquella final de 1988, que enfrentó en Madrid a Real Sociedad y Barça, con victoria del segundo por 1-0 (gol de Alexanco).
Por más que aquel día en el Bernabéu no se llegó a escuchar una sola nota del himno, en televisión éste sonó en todo su esplendor mediante la eliminación de los micrófonos de ambiente y la exacerbación de los que apuntaban a la banda de música. Y eso con los medios de aquella época. Si es que vamos para atrás.