El cardenal Antonio Cañizares considera peor el aborto que los abusos a menores en escuelas católicas. La frase es confusa. De hecho, hay constancia de que algunos sacerdotes consideran peor que los abusos sexuales a menores prácticamente todo, desde el jamón de Guijuelo y las angulas hasta el fútbol y los toros.
El tono desdramatizador y hasta familiar con el que monseñor que se ha referido a los casos irlandeses -“…lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios…”- refuerza las sospechas de que si bien quizás no sean comportamientos habituales, tampoco parece que hayan sido excepcionales.
La frase entrecomillada es un eufemismo para referirse a algo que, si hubiera que poner en palabras, sería algo así como “cientos de religiosos abusaron sexualmente durante años de niños huérfanos a los que tenían que haber educado y que confiaban en ellos”.
En efecto: la pecularidad de las fechorías cometidas en los colegios católicos irlandeses radica en que su brutalidad no se ejercía desde la hostilidad, sino desde la confianza. Sólo el pago de indemnizaciones millonarias a las víctimas ha evitado hasta el momento la celebración de juicios que hubieran sacado a la luz los perversos mecanismos utilizados cotidianamente para cometer semejantes brutalidades. El hecho de que también estas bestezuelas fueran hijos de dios confirma que el debate sobre la píldora postcoital es inagotable y nos incumbe a todos.
En cualquier caso, todos estos escándalos que de forma recurrente afectan a la Iglesia Católica invitarían cuestionar su supuesta competencia moral para, en nombre del altísimo, establecer qué es bueno y qué es malo, en qué consiste lo peor y en qué lo mejor, actividad que, por otra parte, constituye su principal ocupación.