El programa ‘Keridos Monstruos’ conmemoró sus 500 emisiones con una especie de fiestuki celebrado en el Palacio de Miramar con presencia de algunos de sus mejores invitados, emitida anoche por TeleDonosti. Por cierto, algunas de las opiniones que sobre el espacio dieron varios de ellos alimentan las dudas en torno a si lo habrán visto alguna vez.
‘Keridos Monstruos’, que a lo largo de estos tres lustros ha cambiado de día e incluso de nombre sin dejar de ser conocido también como ‘el programa de Ezquiaga’, se ha mantenido tantas noches como la mejor opción por méritos propios y también porque las cadenas generalistas se han empeñado en contraprogramar a base de ‘realitiies’ de Mercedes Milá, partidos del siglo, y series de policías y médicos trufadas de espeluznantes crímenes y pavorosas enfermedades, respectivamente.
El secreto de la fórmula debe radicar en la facilidad de KM para hacer suyas las esencias de la ciudad: interés ciudadano, agenda cultural, desenfado, frivolidad, pulso de la actualidad, feria de egos, brillantez y localismo, más un punto de ensimismamiento y otro de autoparodia.
En todo caso, lo mejor ha sido siempre su formato civlizado, traducido en un hecho insólito en el mundo de la televisión: los invitados nunca hablan simultáneamente ni se consagran a levantar monumentos al griterío, incluso en casos de los habituales debate a seis, siete u ocho bandas, que, dicho sea de paso, han dejado momentos gloriosos.
Esta circunstanciate permite contemplar el programa sin dejar por ello de pensar en tus cosas, un lujo impagable en esa franja horaria que llamamos postlaboral.
Y encima, si vas y participas te regalan un libro que, según decía ayer el concejal Ezeizabarrena, nunca tiene nada que ver contigo mismo. Pues genial, oye.