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Alberto Moyano

El jukebox

Summertime

Aprovechando la llegada del verano, es hora de recordar que ésta es, en efecto, una estación, pero del Vía Crucis.


1) El calor: La característica más obvia del verano es también la mayor refutación de sus presuntas bondades. Las altas temperaturas, que en su forma más extrema ya actuaron como un asesino en serie en el verano europeo de 2002, estimulan los peores instintos y convierten cualquier discusión vecinal en potencial materia de apertura para programas como ‘España en directo’. En San Sebastián, adopta además su forma más cruel, a base de jornadas sin fin caracterizados por una combinación de ausencia de sol, humedad disparada y temperaturas inexplicablemente altas, saludadas una y otra vez con el indestructible ‘parece que va a levantar’.


2) Degradación hostelera: El verano conduce el poteo y el copeo hacia sus cotas más bajas. Cualquier ser sediento sabe que antes de que concluya la temporada se habrá visto obligado a la ingesta de innumerables copas en recipiente de plástico, un formato que convierte cualquier trago en brebaje y multiplica la intensidad de las resacas. Cuidado también con las terrazas: por algún motivo, uno acaba siempre cuidando a los niños de la mesa de al lado, lo que nos lleva al siguiente punto:


3) Los niños de la cuerda: Desde este blog se ha informado reiteradamente de su peligrosidad, así como de las diversas, aunque siempre limitadas, formas de paliar su ferocidad. Así como en espacios abiertos sus efectos son limitados gracias a la posibilidad de emprender la huida, en los cerrados resultan sencillamente devastadores. En los viajes en autobús urbano, ocupe siempre los asientos delanteros ya que la tendencia natural de estos heraldos de la migraña es correr por el pasillo hasta el fondo del vehículo, en donde levantarán su propio territorio a base de cánticos en los dos idiomas oficiales del País Vasco.


4) Las playas: en una sociedad sana, la costa sería declarada zona catastrófica de junio a septiembre gracias al hacinamiento intolerable, la arena apelmazada en un puré de sudores y cremas protectoras, el mar como urinario y un permanente griterío animal que comienza a primera hora de la mañana y se prolonga hasta el crepúsculo, en horas ya avanzadas dado que vivimos los días más largos del año.


5) El paisaje humano: La práctica totalidad de los atuendos típicamente veraniegos resultan estéticamente indefendibles: las gafas de sol para interiores colocadas sobre el cráneo a modo de diadema son sólo la última tragedia que ha venido a sumarse a las camisetas ceñidísimas en colores proscritos por el arcoiris, bermudas sobre piernas imposibles, las riñoneras en abdómenes insospechados, las sandalias con calcetines y las viseras de ensueño.


6) Los programas refrescantes: El inaudito convencimiento de los directivos de las cadenas de que deben llenar la parrilla de eso que se llama programas refrescantes se traduce en profusión de presentadores aún más hiperactivados, bandadas de adolescentes bailando en las piscinas, público en cocción lenta bajo el sol y tertulias al aire libre en las que el efecto del viento sobre los micrófonos impide escuchar que se está diciendo. Y el espectador en el sofá, reducido a la condición de larva.


junio 2009
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