Pese a lo que vienen sosteniendo algunos ‘hooligans’ al socaire del relevo en la cúpula de la EiTB, la calidad del ente en esta nueva etapa no se medirá por su capacidad para multiplicar transversales a base de reconvertir identitarios, sino por su potencia a la hora de conformar opiniones libres levantadas sobre criterios propios.

A diferencia de lo que sucede con los partidos políticos, las empresas periodísticas deben actuar sometidas al principio de realidad. Su función no es hacernos mejores -sea lo que sea esto-, sino más libres y, conviene recordarlo, ambas cosas no siempre tienen por qué coincidir aparentemente.

En contra de la doctrina que apuesta por utilizar el periodismo como herramienta para construir la realidad, lo cierto es que su misión -sobre todo en el caso de los medios públicos-, empieza en la aportación del máximo número de datos y opiones plurales posibles y termina en el servicio de subtítulos para mudos. La conformación del pensamiento corre a cuenta de cada cual, lo cual conlleva indudablemente enormes molestias, pero también increíbles ventajas.

Los criterios profesionales que dicen que a partir de ahora regirán el funcionamiento de la euskalirrati se pondrán a prueba cada día en torno a la misma piedra de toque que rige para todos los demás: su capacidad para incomodar al poder -poderes, habría que decir-, auténtico talón de Aquiles de la anterior EiTB, por encima de algunos comportamientos indecorosos.

Por lo demás, todo esto son reflexiones en torno a una profesión que dicen que está en crisis para, en el mejor de los casos, adaptarse a los nuevos tiempos y que, al igual que la prostitución, ha pasado de buscarse la vida en la calle a ejercer casi exclusivamente en interiores y que en ambos casos, registrándose en ambos casos una alarmante caída de los precios, sin que esté clara, por otra parte, la relación entre una cosa y la otra.