El centenario de la Real llega en el momento justo, precisamente cuando
la sociedad anónima deportiva empieza a triunfar como empresa de bienes
y servicios.
A la espera de que un eventual fichaje de Xabi Alonso por el Cosmos
dentro de diez años reporte nuevos ingresos al club blanquiazul, la
detección, formación y divulgación de nuevos futbolistas para su
inmediata venta se pefila como principal vía de saneamiento de nuestras
-en realidad, sus- maltrechas cuentas.
Por eso, la marcha de Díaz de Cerio en régimen de opari a las filas del
Athletic de Bilbao constituye un paso atrás. No por la marcha en sí -un
peregrinaje que están condenados a emular cuantos jugadores realistas
acrediten una cierta capacidad goleadora-, sino por la ausencia de beneficios para
el club. Se trataba de lo contrario: dejar que pasen, que vean, que elijan y que,
finalmente, pasen por caja.
Así están las cosas: ael sueño de todo guipuzcoano es vestir la
camiseta de la Real, justo hasta el momento en el que comienza a cobrar
por llevarla. A partir de ese instante, las alternativas son reducen a dos:
languidecer en la Real, haciendo síntesis con la casi siempre penosa
trayectoria del equipo, o triunfar fugazmente de blanquiazul para, de
inmediato, emprender la marcha a Bilbao en calidad de alpiste que
alimente a ese pájaro mitológico que es la cantera de Lezama.
En este contexto, discutir sobre las virtualidades del himno del
centenario realista constituye un ejercicio de escapismo, no muy
diferente a esas conversaciones abiertamente desenfadadas que suelen
mantener los familiares del enfermo en la habitación del hospital.
Si el paradigma futbolístico ha cambiado, habrá que adaptarse con todas
las consecuencias. No seremos un club solvente del siglo XXI hasta
metamos 50.0000 personas en el Estadio de Anoeta, no para recibir a un
Kaká, sino para despedir a un Gerardo, en agradecimiento por la
millonada que su traspaso nos reportaría. Sí: una quimera.
Pero cuando la realidad se torna adversa y los valores primigenios se venden
al mejor postor, es que ha llegado el momento de apostar por la utopía. En otras
palabras, que lo tenemos claro, vamos.