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Alberto Moyano

El jukebox

Dame una B, dame una R, dame una A…

Si el caso Madoff ofrece una radiografía de la sociedad estaounidense, cuyas clases pudientes tienden a considerar, a partir de cierto nivel de fortuna personal, que la vida es justa y su patrimonio merecido, otro tanto podría decirse del devenir de los hermanos Bravo.

En caso del inversor USA, la multimollonaria estafa se basaba en una premisa: todo magnate estadounidense considera lógico que sus inversiones doblen los réditos habituales del mercado financiero, precisamente porque ha sido esa astucia para los negocios la que ha forjado su biografía triunfal. Esta circunstancia, desde su punto de vista, convierte en una hipótesis inconcebible la posibilidad de caer víctima de un engaño económico.

El caso de los hermanos Bravo también oculta una novela ejemplar de auge y caída que bien podría llevar el subtítulo de ‘una historia vasca’. Hijos de aquella emigración de aluvión que, procedente de diversas provincias españolas -en este caso, Cáceres-, llegó al País Vasco para conocer las máximas cotas de la humildad -de la que en la mayoría de los casos sólo consiguieron huir sus hijos-, el periplo vital de los Bravo desafía y, a la vez, ilustra todas las convenciones.

Más cerca de la suburbial rumba catalana que de Ez dok amairu, los Bravo consiguieron prosperar en la rama financiera de la administración -uno como director de la Hacienda guipuzcoana, otro, como responsable de su oficina en Irun- de la mano de un partido al que se atribuyen filtros identitario-etnicistas que, o bien consiguieron burlar con habilidad o bien forman parte de la mitología y el cliché.

Fueron, por decirlo de alguna forma, dos transversales ‘avant-la-lettre’. Sus tejemanejes, realizados en el propio seno de la administración, se insertan perfectamente lo que viene siendo una tradición plenamente europea en estas materias.

Pase lo que pase finalmente con las imputaciones que pesan sobre ambos -in crescendo, además-, resultará imposible evitar la sospecha de que sólo llegaremos a vislumbrar la punta del iceberg de todo este asunto.

Y otro tanto podría decirse de aquellas víctimas de este fraude fiscal, de las que nunca sabremos hasta qué punto creían realmente estar abonando su deuda a la Administración cuando acudían a la oficina de Irun a negociar inauditas rebajas del pufo, así como las posibles formas de pago.


julio 2009
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