La dimisión de Alberto Saiz como director del espionaje español significa, entre otras cosas, que el proceso de democratización del estamento militar ha concluido en su forma más asamblearia ya que si bien a partir de ahora no serán los espías quienes eligan a su jefe, sí se encargarán de defenestrarlo, en caso necesario.
Los hechos demuestran que el jefe del CNI ha sucumbido a los deseos de relevo de sus subordinados, unos angelitos acostumbrados moverse con enorme soltura en el mundo de las dobles y las triples lealtades, por supuesto, todas ellas cambiantes.
Esto significa que si el siguiente director del CNI no gusta a la tropa, ésta volverá a fumigárselo por la expeditiva vía de filtrar episodios de caza y pesca, debidamente documentados, a su periódico de cabecera.
Viene a sustituirle en el cargo Félix Sanz Roldán, un hombre que el día de su jubilación cometió la gallarda osadía de revelarse como un irredento fan de ‘Operación Triunfo’, cuya sintonía se atrevió a invocar -incluso citando la fuente- para hablar de “los sueños que aún nos quedan por cumplir” o no sé qué.
En un mundo normalizado, su espontánea alocución se hubiera interpretado en clave de “quemar las naves” en el día de la despedida, simplemente por chusca, ramplona, bochornosa o las tres cosas a la vez, pero aquí y ahora era el anuncio de que su incuestionable valía pronto pronto nos lo traería de vuelta. Y aquí está de nuevo porque ser un campechano es tan sólo otra forma de estar a la moda.
Pues vale. Sus aficiones televisivas -impropias de un jefe de Inteligencia, así sea de la militar- le habrán de servir para adivinar cuál es el camino de salida del CNI: actuaciones ambiguas, nominación a cargo de sus subordinados- y despiadadas valoraciones por parte de un jurado, compuesto en este caso por Pedro J. Ramírez, Curri Valenzuela y Casimiro García-Badillo, todos ellos de GestMusic, por supuesto. Y ni siquiera se llevará el Ssangyong que regala Jesús Vázquez.