El liberalismo -única doctrina económica que, en diversos grados de pureza, se mantiene aún en pie- considera los gastos sociales un mal necesario que, si bien es imposible eliminar de momento, conviene limar.

El motor de este sistema es la duda permanente sobre el coste exacto de las cosas y la zozobra que provoca la sospecha de estar gastando un euro más de lo estrictamente necesario. El objetivo es lograr que encajen los presupuestos, aunque se desborden los servicios.

La Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Gregorio Marañón, en la que la mitad de la plantilla de enfermeras trabajaba en régimen eventual, es el fruto de esa tensión económica.

La eventualidad laboral es ese gran invento que permite que, a partir de cierto nivel, la cadena de mando se relaje mediante el simple método de adjudicar al resto de los eslabones cargas de trabajo y responsabilidad ligeramente superiores al que les corresponde. 

Dicho de otra forma: el bebé Rayan ha muerto en una UCI de bajo coste -organizada según los principios que gobiernan cualquier aerolínea de baratillo-, en la que la posibilidad de trabajar en condiciones un peldaño por debajo de lo necesario ha sido apurada hasta el límite.

Quienes jamás pisarán un centro público de salud impondrán la versión que sostiene que todo ha sido fruto de un cúmulo de infortunios, pero quizás sea más exacto explicar que sólo el azar evita que sucesos semejantes sucedan regularmente.