Los encuentros que el lehendakari López ha comenzado a mantener con sus homólogos autonómicos amenazan con derivar hacia una especie de Kamasutra de los afectos bilaterales.
Si hace unas semanas, su entrevista con el presidente navarro, Miguel Sanz, se saldaba con un intercambio de caricias en el terreno de la yema de los dedos y el dorso de las manos, el que mantuvo el viernes con el presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, bordeó lo tórrido.
Alegará López -y no sin razón- que estos encuentros siempre se establecen en el nivel más bajo que marcan las dos partes. De hecho, cualquier cumbre en la que participa Berlusconi tiende a Festival de San Remo, así sea su interlocutor el mismísimo Dalai Lama.
En el caso de Revilla, estamos ante un hombre que ha hecho de la efusividad el núcleo duro de su ideología. El lehendakari tan sólo tuvo la mala suerte de conocer una de sus manifestaciones más totalitarias, el abrazo feroz, por cuanto esta fórmula apenas deja margen de maniobra a la víctima, menos aún, ante la prensa.
Por eso, tras recibirlo, a López le quedaba como única opción ejercer el papel de ‘paquete’ en el frenético viaje del cántabro hacia la sobreactuación. En todo caso, en ningún momento hubo peligro de inc.esto por mucho que Euskadi y Cantabria sean comunidades “hermanas”.
Para la historia del protocolo queda la estampa de ambos dirigentes abrazados a mejilla tocante, con las miradas fascinadas y vueltas hacia los fotógrafos, una imagen que evoca poderosa, aunque inevitablemente, las que diariovasco.com realiza a los adolescentes durante las noches del fin de semana.
A buen seguro se producirán nuevas muestras de exaltación de la amistad interautonómica a cuenta de todo esto del cambio de lehendakari, pero ya nunca sabremos -y es una pena- hasta dónde hubieran llegado de seguir en activo, por ejemplo, un Rodríguez Ibarra. Sólo de pensarlo ya es que comienzas a escuchar la voz de Joe Cocker.