El ‘Corriere della Sera’ obsequiaba esta semana a sus lectores con un documento sobrecogedor: Aznar y familia en la playa (foto en //eztabai.blogspot.com/).
La imagen, capturada en la costa de Cerdeña, da carpetazo definitivo a largos años en los que el grotesco posado de Ana García Obregón anunciaba, si no el inicio del verano, sí el pistoletazo de salida para que la Familia Real hiciera las maletas y partiera de inmediato con rumbo al Palacio de Marivent.
Mientras sucesivas capas tectónicas de carne amenazan con colocar a Felipe González cerca de su propio desbordamiento, Aznar afila el gesto, esculpe el cuerpo y talla en su abdomen (vulgo ‘tableta’) el mapa de Irak con la localización exacta de las armas de destrucción masiva.
La suya es una fotografía siniestra y el hecho de que aparezca rodeado de niños -supuestamente, sus nietos- no quita un ápice para que parezca fruto de la audaz fusión entre Iggy Pop y los abuelos vigoréxicos que abarrotan el plató de ‘Saber Vivir’.
Ésta es la imagen de un nuevo cruzado, un monje del siglo XXI entregado al ascetismo del cuerpo y el alma por la vía del rencor. Su aspecto insensato es el resultado de la consagración de todas las horas del día a las flexiones en el gimnasio y las reflexiones en la FAES.
Y por si todo esto fuera poco, su bañador despeja cualquier interrogante que pudiera surgir en torno a las intenciones que le habrían animado a veranear en familia a escasos kilómetros de esa Villa Certosa que su amigo Berlusconi convierte periódicamente en el Neverland de las ‘velinas’. Lo dicho: todo y sólo virtud.