Las discusiones en torno a si sólo cabe acometer el final de ETA mediante el diálogo o si, por el contrario, hay que hacerlo por la vía policial parecen condenadas a desembocar en uno y otro caso en el estallido de una bomba. Idéntico resultado en el caso de que se apueste por combinar lo uno y lo otro.

Y las explosiones nos sumen en la confusión. El pasado viernes, un mismo periódico anunciaba en su editorial la inminente derrota de la banda mientras que en su página web proponía al lector la pregunta de si cree que ETA durará otros cincuenta años. La mera formulación del interrogante ya resulta calamitosa.

Sólo algo más de un 30% opinaba que sí, quizás porque aún no se había pronunciado el soberano. Frente a quienes sostienen que hace tiempo que se han agotado las palabras tras cada atentado, el jefe del Estado las ha encontrado y nuevecitas: “Hay que darles en la cabeza hasta acabar con ellos”.

El hecho de que el copyright sea con toda probabilidad de Froilán o así no le resta un ápice de mérito. Al contrario, lo refuerza. Así se tejen los fuertes lazos de identificación que vinculan al pueblo con su rey.

Mientras seguimos condenados a asistir al triste espectáculo del carrusel infernal en el que cada viuda que llora hoy en televisión pasa mañana a convertirse en la que envía ánimos a la siguiente de la lista. Una historia triste.

A estas alturas, resulta ingenuo interrogarse acerca de cuánto más se podrá soportar la situación. Hace tiempo que los más pesimistas comienzan a asumir la posiblidad de que tocará convivir con el fenómeno por muy largo tiempo, como sucede con otros, tal que el también muy combatido narcotráfico, por poner un ejemplo.