Un capítulo de la vida de Michael Jackson resume e lustra la relación de los donostiarras con sus fiestas de verano: es aquella en la que Tatum ‘O’Neal trató de seducir a ‘Jacko’ mediante el secular método de meterle mano y que se saldó con el cantante paralizado por el horror, primero, y en franca retirada, después.
Conviene insistir una vez más: no es culpa de nadie. Simplemente, es así. Ayer tocó Cañonazo, el único inicio de fiestas del mundo al que es perfectamente posible asistir enchufado a un gotero. Frente al atrezzo de cartón-piedra que simula una muralla inaceptable para cualquier adulto de más de cuatro años de edad, la multitud rivalizó en estatismo e inexpresividad con gigantes y cabezudos. Por lo demás, en cualquier funeral corre más alcochol que ayer tarde en Alderdi Eder. Qué es lo que lleva a tantas personas a aburrirse de pie frente al Ayuntamiento pertenece al insondable territorio de las pulsiones más recónditas.
Para colmo de males, el infortunio quiso que en esta ocasión les tocara sumarse a la fiesta a los jugadores de la Real, concretamente, a través de sus voces. La interpretación del temible ‘Artillero, dale fuego’ alcanzó tal carga dramática que, a su término, el capitán realista se vio obligado a confesar que “cantar no es lo nuestro”.
La jornada prácticamente se cerró con una nueva entrega de helado-extremo ante el fuego artificial, santo y seña de la fiesta, quién sabe hasta qué punto en versión crepuscular, dadas las medidas profilácticas que la Gripe A nos habrá llevado a abrazar a estas alturas del próximo año.