Coincidiendo con los cien días de su llegada a la lehendakaritza, Patxi López se entregó en cuerpo y alma durante la semana pasada a conceder entrevistas de balance a cuantos medios de comunicación impresos se le pusieron a tiro.
Y aún siendo estimable el esfuerzo realizado, hay que reconocer que la compulsión periodística quedó lejos, en todo caso, del plusmarquista vasco, Juan María Atutxa, que superó las sesenta en tan sólo una semana -eso sí- especialmente convulsa allá por los años noventa.
El resultado era un intento acabado de transmitir sensación de cambio, sea porque efectivamente el nuevo Gobierno Vasco se mueve, sea porque el discurso mediático hace las veces de pantalla en un fondo de imágenes en movimiento.
Subido en su gran capacidad de análisis, venía a decir López que la política vasca se ha convertido en un “oasis” en comparación con el aire bélico que se respira en Madrid e insiste en que su acuerdo de gobierno con el PP está blindado.
Traducido al batua, esto significa que el blindaje del nuevo Gobierno Vasco no sólo es político, sino también -y sobre todo- mediático.
Así, los medios de Madrid, groseramente divididos entre forofos del PP y forofos del PSOE, se abstendrán de formular la más leve crítica al Ejecutivo de López, garantizándole una legislatura en ambiente de misa gospel, de forma que, cuando el lehendakari proclame ” Oh, Lord, the good times will come”, la clá se limitará a entonar: “Yes, we believe it”.
Y aunque el pragmatismo más extremo es ya una forma comúnmente aceptada de estar en la vida, el blindaje vasco habrá de ser de muchos centímetros porque el intercambio de acusaciones entre Gobierno y oposición no gira en torno a diferencias presupuestarias o modelos de gestión, sino que se establece en términos de “estado policial” para “acabar con la oposición” y, en definitiva, “convertirse en un régimen de partido único”. Y sin embargo, se admiten apuestas sobre la infinita capacidad de resistencia del mentado blindaje.