Que el 60% de los españoles se declare mileuristas ante Hacienda es sólo un ejercicio de coherencia nacional, a la luz de ese otro dato que señala que los empresarios declaran al año unos ingresos entre 5.000 y 7.000 euros inferiores a los de un trabajador asalariado.

Ahora se entiende mejor que, con ocasión de los múltiples premios con los que ellos mismos o las instituciones públicas agasajan a este sector, la frase de la suerte sea: “Sólo intento devolver a la sociedad una parte de lo que ésta me ha dado”. Claro. Se diría que el espíritu emprendedor no se caracteriza tanto por la capacidad de generar riqueza como por la de ocultarla.

Las cifras berrean por sí solas hasta el punto de que incluso los inspectores del Ministerio de Hacienda y la Agencia Tributaria han terminado por aceptar, con gran perspicacia, que es posible que se esté produciendo un fraude.

Más que un fraude, estariamos ante la disimulada instauración de una república perfectamente soviética, en la que un pensionista ganaría más que un arquitecto o un abogado. En concreto, alrededor de un millón de pesetas más al año.

No pregunten de quién son los barquitos de recreo que atracan en nuestros puertos deportivos -con gran lista de espera, por cierto-, ni los chalés que han proliferado por doquier, ni las urbanizaciones de lujo, ni los hijos que corretean por los mejores colegios privados. Son de las viudas, las únicas que pueden permitírselo.

A esta ficción se le llama sistema impositivo y en breve estará sometido a una revisión, por supuesto, al alza. Se basa en la aportación periódica de dinero a un fondo bajo la promesa -a día de hoy, cada vez más incierta- de que revertirá sobre el titular mediante la progresiva incorporación de nuevos cotizantes.

Y aunque dicho así parece una descripción de la ‘Pirámide de Madoff’, es posible que haya algunas diferencias. De ser así, que alguien las explique sin más demora.