Las dos únicas razones que pueden llevar a un espectador a ver dos veces en una semana la misma película son: a) que le haya impresionado gratamente; y b) que una crítica tan indescifrablemente poética como la carta de un restaurante de lujo -leída entre el primer y el segundo visionado- le despierte la curiosidad. El arte de la crítica cinematográfica se basa resaltar la normalidad de las películas más extravangantes y encriptar las más simples (pónganle a esto todas las excepciones que cada uno de nosotros conocemos).
A partir de algo tan simple como ‘Enemigos Públicos’ -un modelo armado de cine de toda la vida, con el nivel de grandilocuencia ligeramente subido y una generosa exhibición de las últimas innovaciones en materia de sonido-, el crítico del Cultura/s de La Vanguardia levanta un muro de hormigón infranqueable, eso sí, lleno de coloridos graffitis. Así escribe: “… la cámara inquieta de Mann y el director de fotografía Dante Spinotti transforma en un dispositivo visual centrífugo la tendencia a la clausura de la secuencia propia del género negro y quiebra con la lógica del intervalo el imaginario de una época incapaz ya de devolver un contraplano nítido de la mirada de Dillinger”.
Y añade: “Si el cine de gánsters, la ‘crook story’, reencuentra, sobre la aspereza del asfalto, el tema balzaquiano del vínculo entre ascenso y secreto, en manos de Mann la identidad de Dillinger aparece como pura superficie, un ‘stimmung’ expuesto a lo abierto y, por consiguiente, frágil sin apenas lugar para el sacrificio, el romance o la culpa”.
Y remata: “En tanto que la cifra de la crook story es la recursividad que conduce a la tragedia (…), Mann aísla la pasión del criminal del universo hermético del género negro y utiliza el vídeo como deixis histórica”.