Ahora queda lo peor. Un año después de la desintegración de los hermanos Lehman -que para el caso podrían haber sido hijo único-, baste imaginar qué sucedería de repetirse los acontecimientos, esta vez, con el sistema financiero agotado y cuyo funcionamiento en nada ha cambiado respecto a la época pre-crisis.

No obstante, esto no significa que haya que refundar el capitalismo. Justo al contrario. No hay alternativa, al igual que nunca hubiera habido concurso de ideas para la Zona Cero si las Torres hubieran implosionado por dentro, pero logrando mantener intacta su apariencia externa.

Al fin y al cabo, éste es el único sistema económico conocido que se desarrolla en lujosos despachos, parqués bursátiles e impresionantes rascacielos, pero por motivos puramente estéticos ya que igualmente podría hacerlo en húmedas cuevas.

En un mundo imperfecto regido por un ser humano repleto de defectos de acabado, el sistema es lo máximo a lo que podemos aspirar. ¿Qué otro invento humano estaría en condiciones de dejar a sus rivales ideológicos convertidos en la teoría y la práctica en un inhóspito solar, para posteriormente derrumbarse estrepitosamente sin mayores altercados, antes de finalmente echar mano al dinero de todos para asistir a su propia resurrección, simulada o no?