El Ararteko, Iñigo Lamarca, presentó ayer en San Sebastián los resultados del estudio ‘La transmisión de valores a menores’ y hay que admitir que éstos son horrorosos: los jóvenes son idénticos a los adultos, casi hechos a su imagen y semejanza. Quizás, un poco más cándidos a la hora de contestar a una encuesta, pero bueno, eso se cura con la edad.
Según el informe, los niños y los jóvenes “mantienen actitudes ‘preocupantes’ de rechazo a inmigrantes y homosexuales”. Y partir de ahí, empieza el lío porque, a pesar de que se recoge que para los jóvenes, la principal vía de recepción de valores es la familia, el Ararteko pide “más implicación familiar en la transmisión de valores”.
La pregunta es: ¿qué valores? ¿quién cree Lamarca que ha transmitido el sexismo, el clasismo y la xenofobia a esos menores? ¿Sus padres o los marcianos? ¿No hay acaso padres cuya mejor aportación a la educación de sus hijos sería mantenerse completamente al margen de la misma?
El mundo es un sitio en el que la aparición de las hijas de ZP vestidas de góticas -más bien habría que hablar de románico tardío (siglos XII y XIII)- causa un gran escándalo, mientras que la imagen del príncipe Harry disfrazado de nazi es objeto de chanzas y bromas. Por cierto, alguien debería preguntar en Buckingham Palace quién se ocupó de transmitirle sus valores.
Pero es que además los datos se sirven perfectamente desconectados entre sí. Otro ejemplo: “El 30% de los niños entre ocho y diez años prefieren que no haya inmigrantes en su clase”. Se ignorará hasta qué punto la cifra es alta y es baja mientras no se comparen estos resultados con los obtenidos mediante el sencillo método de formular idéntica pregunta a padres y también -¿por qué no?-, a profesores.
Es más: si al 45% de los encuestados les da igual que los homosexuales se casen, pero les molesta profundamente que se besen en público, lo que toca cuestionarse es si la sociedad penalizará esa actitud discriminatoria e intolerante o, por el contrario, ese 45% constituye el sector más apto del alumnado, el que mejor se acoplará a las exigenciasde la sociedad y el que, llegado el momento, hará suya la mentalidad pequeño-burguesa, lo suficientemente homófoba como para no soportar la homosexualidad pública, y a la vez, lo suficientemente flexible como para ‘comprender’ que los gays -ya se sabe- conforman un sector de mercado la mar de interesante, dada su supuestamente alta capacidad adquisitiva y todo eso.