Capitaneada por Su Majestad El Rey, encarnación patria de todos los valores olímpicos de campechanía y deportividad, una impresionante delegación de políticos y deportistas españoles ha instalado su jaima en Copenhague. Su objetivo: empujar la candidatura de Madrid como sede de los Juegos Olímpicos 2016.

Se enfrenta la capital española a Tokio, Chicago y Río de Janeiro. Su principal arma: las olas de energía ciudadana, un factor directamente relacionado con el grado de desarrollo de cada ciudad, siendo Tokio y Chicago las menos entusiastas, y Río y Madrid, las más fervorosas. En esta última, sólo un 15% de la población, capitaneado por el escritor Javier Marías, observa con horror la posibilidad de la designación.

Parece ser que la candidatura española presenta serios problemas que lastran sus opciones, entre ellos, una legislación antidóping que no termina de convencer al COI, pero aquí se prefiere obviar estos detallitos y centrarse en otros asuntos, de carácter aleatorio, como la supuesta rotación continental de las sedes.

A pesar de todo, ni por un momento hay que poner en duda el éxito español. Puesto una encrucijada histórica, los miembros del COI optarán por complacer al Rey -muy querido y admirado tanto dentro como fuera de nuestras fronteras-, en detrimento de quien haga falta, incluido el matrimonio Obama. Y si finalmente no es así, la culpa es de Alberto de Mónaco.

Y que nadie olvide que lo que hoy se ventila en Copenhague no pasa de ser una anécdota. Lo que realmente importa es lo de la Capitalidad Cultural y, desde ese punto de vista, el 2016 será donostiarra o no será.