En España, el Día de la Fiesta Nacional no celebra lo mejor que dado de sí la patria, sino la esencia de lo destilado a lo largo de su historia, esto es, el cainismo exacerbado. Así, los mismos que piden juicios rápidos y severas condenas para quienes silban el himno nacional en los prolegómenos de un partido de fútbol, se dedican a abuchear al presidente del Gobierno en el día grande -prácticamente el único- de las Fuerzas Armadas.
En el destile de esta mañana han participado cuatro mil y pico mililtares. El pico -alrededor de 200- serán enviados próximamente a Líbano. Hasta que los múltiples compromisos del Ejército español en misiones internacionales de paz nos priven de presencia militar suficiente como para organizar un desfile semejante no estaremos seguros de jugar el papel decisivo que por historia nos corresponde en el concierto de las naciones.
Porque resulta desolador -y hasta una refutación de las teorías evolutivas- que a estas alturas de la obra aún haya quien encuentre en estas demostraciones militares motivos para la la exhibición del orgullo patrio. Baste decir que este año la cabra de la Legión se llama ‘Golfa’, aún a sabiendas de que iba a tener que desfilar ante la Familia Real. Es tal el nivel que cualquier manifestación de protesta produce también una pereza indescriptible.
Ahora toca guardar la quincalla bélica hasta el año que viene. La visión de una compañía de la Guardia Civil ataviada a la manera décimonónica y a lomos de los caballos genera incluso nostalgia de lo que nunca tuvimos: Ilustración. No importa. Visto el 14 de julio francés, casi como que ahora mismo ya da igual.