Se ha descubierto que la aventura del ‘niño del globo’ fue un montaje organizado por su propia familia para hacerse famosa y vender a alguna cadena un proyecto de ‘reality show’.
Antes de nada, conviene aclarar que las cadenas que conectaron en
directo con el
alocado vuelo del plasticorro vacío -y TVE lo hizo en su Telediario de
las nueve- albergaban una sola esperanza y no era la de que se
produjera un
rescate, que en todo caso hubiera llevado largas horas, sino la de
capturar al niño en caída libre, cuestión de apenas unos
instantes. En definitiva, una de esas escenas que a los espectadores
les hace musitar frases arrebatadas, del tipo “¿cómo es posible que
dios permita esto?”, y a los programadores, aullar de felicidad en su
minuto de oro.
Volviendo a la familia Heene, estamos ante un proyecto educativo truncado. Más allá de los beneficios que el ‘reality’ pudiera reportarles, la farsa sirve para rpobar hasta qué punto los padres estaban comprometidos con un modelo formativo que pasa por enseñar al pequeño Falcon que el ingenio, convenientemente aplicado, alumbra infalibles métodos de engaño cuyas víctimas han de ser, cuantas más, mejor.
Engañar siempre ha sido algo más o menos fácil. Lo peculiar de los tiempos que corren es que nunca hasta ahora estuvo tan alcance de todos hacerlo con tanta gente a la vez. En el caso de los Heene, lo hubieran conseguido.
Todo iba bien hasta que, en plena entrevista con la CNN -otro icono de nuestros tiempos- , el pequeño Falcon soltó aquello de “dijisteis que lo hacíamos por el show”.
Este rapto de sinceridad, que delata la influencia de las malas compañías -probablemente, sus abuelos-, hundió en la miseria a sus padres, pero revela que el niño es todo un carácter, creativo, imprevisible y quizás algo indisciplinado.
En todo caso, he aquí un futuro candidato a la Presidencia de Estados Unidos, quizás el primer blanco, protestante y anglosajón que jamás subió aun globo en llegar a la Casa Blanca. Se dirá que los padres, humoristas frustrados, han quedado hundidos en el cieno, pero qué más da. ¿Acaso los Kennedy no empezaron así?