A imagen y semejanza de lo que hicieron John Steinbeck y un buen puñado de artistas de todo pelaje al retratar las consencuencias del Crack del 29, cuyo ochenta aniversario conmemoramos ahora con otra gran recesión, algún día alguien deberá retratar -el soporte es lo de menos, a su elección- cómo vivimos la crisis financiera de principios del siglo XXI.
Porque si Tom Joad y familia emigraban en busca de un futuro que les permitiera sobrevivir, ahora una cifra cualquiera, pongamos cuatro millones, lo mismo sirve para contar el número de parados que para referirse al presupuesto destinado a convertir un camino en sendero peatonal, siempre en función de si hablamos de personas o de euros. (Por cierto, tanto amor a la vía que une Donostia y Orio hace pensar que algunos preparan la huida pero evitando poner pies en polvorosa)
Mientras, la Diputación Foral jibariza (24% de recorte) el gasto en cultura en un ejercicio en el que el presupuesto general crecerá un 1%, pero es que claro, de algún lado tiene que salir la partida destinada a los deportes (7% de incremento), por fin una actividad noble. Es sólo un ejemplo.
A la vista de que todo esto se nos puede ir haciendo muy largo hasta que llegue el 2016, convendría ir tomando medidas severas y sin medias tintas contra ese bello pero inútil ornamento que es la cultura, una materia estéril que nadie ha conseguido definir y en la cual, ahora lo vemos a la luz de los recortes más urgentes, nuestras instituciones han venido despilfarrando grandes cantidades de dinero, sin resultado alguno, por otra parte, en lo que a la formación de las personas se refiere.
Es de esperar que el alto tribunal que deberá ponderar nuestros méritos a la hora de designar la Capital Cultural Europea 2016 sabrá valorar como se merece nuestra vocación autodestructiva, patente en la demolición de la programación cultural a manos de un empeño institucional preñado -éste sí- de liderazgo compartido.