Los duques de Lugo se divorcian. Ante las innumerables dudas que suscita decidir a cuál de los dos corresponde felicitar, vaya desde aquí la enhorabuena para ambos. La nota de los abogados apunta a que la decisión ha sido de mutuo acuerdo, pero casi sería más exacto hablar de acuerdo unánime.

Por si acaso, la Casa Real y los mejores periodistas de cámara ya se han encargado de recalcar que ha sido ella la que le ha dejado a él, tal y como demuestra la absoluta tristeza que inunda al patinador. Normal. Además, de quedarse sin título nobiliario, el hombre está siendo la víctima propiciatoria de cuantos ERE’s se han ejecutado en los consejos de administración a los que pertenecía.

Los hijos se los queda la infanta porque los probadores de las boutiques de Serrano no parecen el lugar más apropiado para la formación de un niño. En cuanto al resto de los términos del divorcio, permanecerán en secreto, en línea con lo que han sido catorce años de matrimonio durante los cuales nadie ha sido capaz de desentrañar qué habían podido ver el uno en el otro.

Se trata, en todo caso, de una buena noticia, tal y como se empeñan desde ayer en demostrar todas las televisiones a base de reportajes sobre la absoluta normalidad con la que se reciben este tipo de rupturas en todas las casas reales europeas. En otras palabras, estamos ante un paso más en el imparable proceso de puesta al día que acomete desde hace años la monarquía española. 

Por lo demás, quedamos a la espera de las reflexiones que el rey quiera compartir con la audiencia en el discurso que habitualmente nos propina con motivo de las fiestas navideñas, esas fechas tan dolorosamente familiares.