La noticia de que existen fundadas sospechas de que algunas comunidades podrían estar pagando a menores extranjeros para que que vengan al País Vasco es la puntilla que faltaba para dar por liquidada la autoestima vasca.

La revelación acaba de un plumazo con ese malévolo rumor sin confirmar que se regodeaba en la existencia de un supuesto efecto llamada, de la mano del cual, habrían llegado aquí buena parte de los peores delincuentes del Magreb.

Nada de eso. Al contrario. Estaríamos ante una versión pervertida de los viajes del Inserso. Aquí el objetivo ya no sería desorientar a los jubilados mediante viajes en autobús, sino deshacerse de jóvenes indeseables, dada su escasa capacidad adquisitiva.

Sea como fuere, estamos ante la penúltima humillación a los vascos por parte de nuestros pérfidos vecinos. Programa una batería de actividades culturales que enloquecerían a un ilustrado, organiza congresos de gastronomía que harían salivar a un anoréxico, instala unos centros de cultura contemporánea que hipnotizarían al más labriego y presenta una oferta en artes escénicas digna de cimbrearse. ¿Para qué?

Para descubrir que buena parte de los 700  menores que se encuentran al amparo de los servicios asistenciales vascos dieron aquí con sus huesos previo pago de la excursión. Viene a ser como descubrir a la mañana siguiente que la doncella a la que ayer conquistaste y pediste en matrimonio era en realidad una lumi que te habían pagado los amigos. Aberrante.