Si algo te inculca San Sebastián es esa actitud que en ningún caso rehuye los debates abismales, ésos que giran en torno a cuestiones que llevan preocupando a la Humanidad prácticamente desde sus albores. Y la conclusión es clara: pese a todo, hay cosas por las que vale la pena luchar. Ayer, los vejigazos de los cabezudos de Semana Grande; hoy, la iluminación navideña.
La decisión de eliminar esta última por razones puramente económicas amenaza con desnudar los argumentos que apuntan a que tanta bombillita servía para estimular las compras, quién sabe si el despilfarro. Habrá ahora ocasión de cuantificar exactamente de qué estamos hablando. Sirva la negativa de los comerciantes a poner un duro como indicador, si quiera, aproximado.
La medida, todo hay que decirlo, incide también negativamente en una labor que lleva años ocupándonos, encaminada a lograr que los niños interioricen lo que ya saben sus padres, esto es, que existen una serie de cosas en este mundo, que como derechos inalienables que son, deben correr a cuenta de las instituciones públicas. En este sentido, ¿qué diremos a nuestros vástagos cuando vean nuestras mejores calles comerciales ayunas de bombillitas? ¿Que todo ha sido culpa de los bancos? ¿Acaso queremos desatar su furia?
No. Lo pertinente será explicarles -y aquí habrá que ser muy cuidadoso- que no se puede tener todo en esta vida, y que otras ciudades habrán redoblado la iluminación navideña, sí, pero aquí tenemos a Munilla. El eterno conflicto entre la carne y el espíritu. Al fin y al cabo, lo que se celebra es el nacimiento de un pobre.
Por último y menos importante, recordar que con esta medida perdemos lógicamente el tradicional encendido de luces, uno de los pocos actos de cuantos se celebraban en nuestro territorio que no contaba con la presencia, adhesión, respaldo, impulso o incluso organización de nuestra presidenta de Juntas Generales, un spam de carne y hueso desde que decidió acercar -y cuánto- a la ciudadanía la institución que tan dignamente encarna.