El programa de TeleDonosti ‘Keridos Monstruos’, que periódicamente ofrece noches gloriosas, acudió ayer puntual a su cita con lo memorable, en un debate entre el alcalde, Odón Elorza, el responsable de la sección de Donostia del DV, Antxon Blanco, y la representante de los comerciantes, Lourdes Lázaro.

Vaya por delante que se constata estos días la universalidad de aquel dicho italiano que aseguraba que los leones tuvieron la gran suerte de toparse con los cristianos en el circo romano; de haber sido democristianos, no hubieran quedado de las fieras ni las raspas.

El alcalde impartió una lección magistral de educación en valores. Estupefacto ante la magnitud y virulencia del enfado que la eliminación de la iluminación navideña ha despertado entre ¿los? ¿algunos? ciudadanos, Elorza mandó a hacer gárgaras en directo sus convicciones y las cuentas municipales y, en un intento de poner sus glúteos institucionales a buen recaudo, prometió que buscará algunas bombillas y adornará las calles hasta donde aquéllas den de sí. Despedimos al político y recibimos al gestor.

El hombre rehusó la invitación de una ciudadana de 82 años, que aseguró tener la sensación de que Elorza gobierna desde que ella era niña, de sufragar de su bolsillo la iluminación. Él no lo dijo, pero de aceptar la envenenada propuesta, sería inmediatamente acusado de cacique e interrogado sobre cómo ha acumulado tamaña fortuna.

Además, Elorza se empeñó una y otra vez en argumentar su decisión -“quizás demasiado drástica”, dijo sin demasiada convicción, pero acuciado por el yihadismo ‘navideño’- con la caída de ingresos en el Ayuntamiento. Como si a alguien le importara un pimiento, cuando lo que está en juego es, ni más, ni menos que la alegría universal, en general, y la infantil, en particular. No dijo el alcalde de dónde saldrán los fondos para esta iluminación de última hora, ni qué partida presupuestaria se verá afectada. No importa.

Las navidades de 209 podían haber pasado a la historia como aquéllas en las que la crisis nos dejó sin iluminación navideña, sin más. En lugar de eso, servirán para ilustrarnos sobre los estrechos límites del espíritu navideño, los deseos de concordia universal y, en definitiva, cómo las gastan en materia de insultos los ‘cruzados’ del niño Jesús. Todo ello, en una ciudad que, por lo demás, puede contemplar impávida cualquier tropelía institucional.

Por cierto, el tema de la cabalgata de Reyes quedó un poco así como en el aire. Que el altísimo pille confesado al alcalde, si es que por un casual se ha quedado sin dinero para las carrozas.