Dice la leyenda que Elvis tenía dieciséis televisiones en su dormitorio, cada uno, sintonizado en una cadena distinta. Si a alguien le da por emularle esta Nochebuena vasca se encontrará con quince bustos del rey y un programa en la pantalla décimosexta cuyo contenido constituye a estas horas el secreto mejor guardado del ente público.
Desde un punto de vista estrictamente monárquico, se trata de una apuesta arriesgada por cuanto ni siquiera esta acumulación mediática garantiza no ya los números redondos, sino siquiera el ‘share’ de una Belén Esteban emergiendo de la enésima septorrinoplastia de tobillo.
Para un espectador vasco, lo más humillante no es que el monarca aparezca en todas las cadenas menos en una, sino que en todas esté diciendo lo mismo. En los tiempos de la televisión a la carta, qué menos que un mensaje navideño personalizado para cada autonomía del artículo 141.
Nada especial, en nuestro caso bastaría tan sólo el inevitable “gabon, Euskadi” con el que se abre cualquier concierto de rock, por lo menos, desde la entrada en vigor del Estatuto de Gernika. En un hombre que ha hecho de saltarse el protocolo el más rígido de los protocolos, sería visto como un signo de normalidad democrática.
Por lo demás, cabe esperar que los mensajes institucionales navideños funcionen como las penas en el Código Penal, es decir, que se fusionen para que el reo deba cumplir sólo la más alta, de forma que la emisión del mensaje del Rey en Nochebuena nos exima del del lehendakari en Nochevieja.
Habrá quien diga que no hay obligación de ver el uno ni el otro, pero, a falta de conocer la contraprogramación de ETB1, el apagón nos colocaría frente a la animada conversación familiar como única alternativa. No hace falta añadir más. Gabon, Zarzuela.