Visionado el discurso navideño de Juan Carlos I en Euskal Telebista, se comprende mejor la decisión de emitirlo por cuantos más canales mejor. La mera existencia de cualquier otro espacio televisivo entre las 21.00 y las 21.15, constituye un tentador punto de fuga y una invitación a la deserción.
A modo de manual de instrucciones para los menos duchos en el noble de arte de escuchar arengas distraídamente, el espectador pudo ver horas antes al presidente Zapatero dirigirse a las tropas españolas acantonadas en el extranjero, con el agravante de que los militares tenían una cámara apuntándoles al rostro. Por eso, la expresión “diciplina militar” adquirió nuevos matices, en el momento en el que ZP les refería el “reconocimiento internacional” que su labor ha suscitado y sus interlocutores le decían que sí y hasta ponían cara de estar creyéndoselo.
Volviendo al monarca, su discurso osciló entre lo ambiguo y lo ininteligible. Mediante un plano fijo con ligeros cambios destinados a mantener despierto al uno y evitar la hipnosis de los otros, se diría que todo fue llamamientos a la unidad, el respeto, la cohesión, el consenso y a arrimar el hombro. Desde el punto de vista vasco y a falta de repasar la versión para sordos, se echó en falta alguna referencia a la necesidad de “remar todos juntos en la misma dirección”. Lo que se llama un guiño.
Sirva como ejemplo el llamamiento a la unidad de todos “para volver a crear empleo”, frase polisémica donde las haya, que lo mismo puede ser una invitación al diálogo social que un tirón de orejas a su primogénita por separarse de Marichalar, llevando la recesión económica hasta los probadores de las boutiques de Serrano.
Por lo demás, volvió a evidenciarse la enorme distancia que impide a la Zarzuela enterarse de los temas que realmente preocupan en la calle. De hecho, no hubo referencia alguna en el discurso real al drama de la iluminación navideña donostiarra. Un fiasco.