Sabemos que estamos ante un “proyecto ilusionante” cuando comprobamos que algo está realizado por encima de nuestras posibilidades. Dubai inauguró ayer uno, acompañado de un espectáculo pirotécnico que hubiera obligado a cualquier donostiarra a una ingesta masiva de helado.
La Torre Califa se alza en un país en bancarrota técnica. Enunciar sus 828 metros de altura apenas nos dice nada. Sólo un vistazo a las infografías que hoy publica la prensa permite establecer su relación con -por ejemplo- las Torres Petronas, exactamente la que mantiene la tasa de paro española con la europea, tal y como demuestra cualquier gráfico económico.
Vista desde fuera, la Califa es una escultura abstracta cuyo significa último ignoramos. Vista desde dentro, es un barco de galeras puesto en pie en cuyo interior reman los esclavos. Hasta ayer, unos 12.000, a diferencia de los que construyeron las pirámides, mal pagados.
A partir de ahora, un número indeterminado de oficinistas cuya vida a partir de ahora consistirá en subir y bajar en ascensor, probablemente en silencio, dados los escasos cambios de clima que se registran en el emirato. En cuanto a los inquilinos que ocuparán sus mil viviendas, sólo una concepción corrompida de la horterada les permitirá afirmar sin rubor que habitan casas de lujo.
Cuando ‘El Planeta de los Simios’ sea una película contemporánea, el astronauta Charlton Heston se arrollidará estupefacto a los pies de la Torre Califa, preguntándose si no han sido los monos, quién ha podido ser el gilipollas. La respuesta por lo menos digna de una película de James Cameron.