Sería ingenuo pensar que la vida en Irlanda de Norte hubiese disfrutado de una moratoria durante estos últimos treinta años tan sólo porque sus habitantes estuvieran enredados en un conflicto que ha dejado un saldo de algo más de 3.000 muertos y decenas de miles de heridos.
De hecho, según se va sabiendo ahora, en los condados norteños se hacía el amor igual que la guerra, e incluso también lo primero como una continuación de lo segundo pero por otros medios.
Tras descubrirse que Liam Adams abusaba sexualmente de su hija sin que esto le impidiera prosperar como líder político local de la mano de su hermano Gerry -una celebración práctica de la máxima de Albert Camus “entre mi madre y la justicia, elijo a mi madre”-, el caso Robinson pone el imprescindible toque rocambolesco con el que gusta adornarse la realidad.
Los capricbhos de la nomenclatura han llevado a que se relacione el caso de la muy pía esposa del ministro principal de la Asamblea Irlandesa con el de la coprotagonista de ‘El graduado’. Si la comparación es posible, lo es como su versión geriátrica.
Al parecer, la sesentona Iris Robinson tuvo un amante de 19 años con cuyo padre también estuvo liada, sin que hasta el momento se haya podido confirmar nada respecto al abuelo. Simultáneamente, mantenía relaciones con un dirigente de su propio partido, al que habrá que considerar definitivamente unionista, en especial, de cintura para abajo. En cuanto a su marido, no hay noticia de infidelidades, aunque sí sospechas de que la trataba como Gran Bretaña a Irlanda, es decir, a golpes.
La dificultad para asumir que la homófoba, devota y ejemplar Iris mantenía una doble vida ha colocado a sus seguidores en la incómoda tesitura de decidir cuál de las dos era la real. El dilema se ha resuelto por elevación, centrándose las pesquisas en el dinero que la señora obtuvo de los constructores para impulsar los incipientes negocios de su joven amante.
Lo más curioso no es que mientras todo esto pasaba en sus hogares, unos y otros intercambiaran garrotazos, siempre por el bien de la comunidad, sino que finalmente se alcanzara algo parecido a un acuerdo de paz.
Mientras, los Clinton -objeto de duras críticas morales por parte de la casta y a la vez promiscua Iris- continúan disfrutando de una vida conyugal feliz en su madurez, basada en la más descarnada sinceridad y en una infidelidad tan permantente como responsable.