Ayer tocaba padecer esa modalidad de Telediario que periódicamente se encarga de recordarnos nuestra condición de insectos, destinados a aparecer por aquí inopinadamente y a desintegramos igualmente, sin despedirnos ni dejar rastro, bien mediante muerte individual, bien en enterramientos masivos, tal cual ha sucedido en Haití.

Desde el punto de vista del espectador occidental, no deja de resultar curioso -antes, alienante- que un informativo se abra con 100.000 muertos en un desastre natural y se cierre treinta minutos después con imágenes inéditas de Guti, probando qué tal combinan su nuevo peinado y la actitud insolente. En todo caso, casi se agradece al futbolista su facilidad para arrancar sonrisas, incluso carcajadas, en tan dramáticas circunstancias.

El presidente Obama, elegido por sufragio universal como mejor intérprete de los sentimientos planetarios, ha calificado el terremoto de “cruel” e “incomprensible”, una síntesis de los dos modelos para armar a disposición del cliente ante casos como éste: el habitual “¿como puede permitir dios estas calamidades?” para creyentes y el no menos clásico “¿por qué estas desgracias se ceban siempre con los pobres?”, de raigambre más ‘progre’.

Las dos admiten amplios desarrollos que invariablemente desembocan en ninguna parte. La única reacción sensata es tirar la tele por la ventana, sobre todo, si se trata del mismo modelo en el que ya viste el tsunami de Asia, el terremoto de Bam, el ataque a las Torres Gemelas y la interminable retahíla de atentados, propios y ajenos, que te han llenado de cadáveres la salita. Ni tú, ni la pantalla dais ya para más, pero sólo el aparato admite recambio.