Las grabaciones de audio que Bin Laden hace llegar periódicamente a la cadena Al Jazeera cada vez se parecen más a las sesiones de psicoanálisis a las que se somete Tony Soprano. ¿Se puede tomar en serio un mensaje encabezado por la fórmula ‘De Obama a Osama’? Sí, pero sólo a condición de que anuncie nuevas masacres aéreas.

El líder de Al Qaeda se confiesa aquejado por el mal de la invisibilidad, un fenómeno común en un mundo globalizado y saturado de mensajes, a menudo, contradictorios. “Si fuera posible transmitiros nuestros mensajes con palabras no tendríamos que haberlo hecho con aviones”. Posible es, lo que sucede es que sin aviones serían irrelevantes.

Si Patxi López tiene un problema de comunicación, ficha a un par de periodistas. Si lo tiene Bin Laden, derriba un avión.  En una perversa versión del efecto dominó, un iluminado añora el wii en las montañas de Afganistán y en Europa, miles de pasajeros deben desnudar su cuerpo y su alma bajo el influjo del escáner.

Tras asegurar que no habrá seguridad para los estadounidenses -cuyas probabilidades de morir de un atracón el Día de Acción de Gracias multiplica por cien a las de sufrir un atentado islamista- mientras no sé qué historias de Israel, Bin Laden concluye con lo de que “la paz sea con aquéllos que buscan consejo”, una morcilla como otra cualquiera para llegar al minuto de cuña, pero bajo la cual, la inteligencia estadounidense ha creído descubrir un mensaje cifrado.

A la espera de que la CIA autentifique la grabación, como si esto significara algo a estas alturas, el mensaje de Bin Laden se cierra sin la menor referencia al caso Llamazares -otro que hace el vacío a IU-, ni al terremoto en Haití -inaudito en un líder religioso-. Al menos, ha demostrado esa pizca de sensatez que ha faltado a quienes atribuyen el seísmo a un arma secreta del Pentágono.